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martes, 24 de febrero de 2015

Hijos de La Teosofia. Una Religion Mundial Para Un Gobierno Mundial - E. Milá


"El problema del teosofismo es su modernidad. Se trata de una doctrina reciente, sin raíces profundas, elaborado por la Blavatsky hace algo más de cien años. El teosofismo no se ha beneficiado de generaciones de buscadores que hayan completado y perfeccionado constantemente la doctrina, sino que ésta salió ya elaborada y finalizada de las obras de la fundadora. De hecho, les resulta muy difícil explicar a los teosofistas, como “su” verdad ha estado oculta durante milesde generaciones y, bruscamente, ha emergido. 

Hasta la Blavatsky, al parecer, nadie había percibido la doctrina de las “razas matrices” ni de las “rondas planetarias”, debió de llegar ella para que lo que había permanecido oculto durante miles de generaciones, ella lo revelara... Todo ello, algo altamente improbable.

Pero, por eso mismo, a causa de su modernidad, tampoco se conocen exactamente los efectos de la práctica teosofista. Los practicantes del Zen, por ejemplo, saben que es posible alcanzar una brusca iluminación, a partir de un trabajo de meditación e introspección sobre uno mismo. Colocados en una postura cómoda, con la columna vertebral alzada y en situación de máximo relajamiento y abandono, con el cerebro absolutamente estabilizado, aparece la iluminación. Y eso lo han comprobado cientos de generaciones de meditadores Zen. Lo mismo puede decirse de los yogas clásicos de la tradición hindú o del sistema de meditación sufí o de las prácticas de los derviches giróvagos.

Podemos decir que el practicante de todos estos sistemas tradicionales de meditación, tiene la seguridad de que el sistema “funciona” porque miles de personas de decenas de generaciones anteriores a él, lo han utilizado. Nadie realiza eternamente prácticas complejas y difíciles, si, como mínimo, no acarrean algún tipo de resultado positivo. Pero eso sólo se sabe a lo largo de las generaciones. 

El teosofismo no puede asegurar nada de todo esto, en tanto es un fenómeno reciente, y otro tanto vale para sus disidencias y escisiones. Así pues, el mensaje final que desearíamos trasmitir a nuestros lectores es muy sencillo.

La vía de la verdadera espiritualidad está abierta para todos, solamente hace falta reconocerla y seguirla. Es una vía difícil y estrella que exige mucho de nosotros. Ahora bien, nosotros también podemos exigirle algo: que, al menos algunos de los que la han emprendido, hayan alcanzado los resultados esperados. 

Y esa seguridad solamente puede tenerse dentro de escuelas tradicionales de singular antigüedad: budismo, sufismo, zen, los ejercicios espirituales católicos, los yogas clásicos y poco más. Estas son las vías “seguras”.

El resto, como decía el Eclesiastés es “vanidad de vanidades y mecerse en el viento”. Seguir una vía espiritual es seguir la vía de la simplicidad, no de la pretendida erudición blavatskyana.

Cuando al Buda le preguntaron lo que había ganado con la meditación se limitó a decir: “No he ganado nada; lo he perdido todo”. Ese era el objetivo: alcanzar la simplicidad absoluta pareja al estado de iluminación. Lo que la Blavatsky nos propuso fue la “vía de la complicación” y el desespero ante obras indescifrables –es más, que ni siquiera merecen ser descifradas- y abstrusas. Esa “vía” (la vía que no lleva a ningún sitio) es la que también nos proponen las escuelas disidentes del teosofismo.

Ernesto Milá
Villena, 12 de marzo de 2006.


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